Maia Harima, jugadora de tenis de mesa argentina, obtuvo dos medallas en el reciente Circuito Mundial juvenil que se disputó en Buenos Aires.
Oriunda de La Plata, la joven de 14 años se colgó una medalla de plata en dobles (en pareja con Virginia Valdéz), y otra de bronce, pero en equipos, en el Circuito Mundial de la Federación Internacional de Tenis de Mesa (ITTF, según sus siglas en inglés) que se disputó en las instalaciones del Cenard, entre el 22 y 26 de junio.
Harima, que fue campeona del torneo Mercosur que se jugó en Chaco, el 21,22 y 23 de mayo (el mismo 23 volvió a Buenos Aires y compitió en el torneo organizado por COA), fue altamente reconocida, junto a su compañera, por los entrenadores de la selección nacional.
"Fueron las jugadoras que más se concentraron a lo largo del torneo y mejor incorporaron las indicaciones dadas por el cuerpo técnico", señaló Gustavo Levisman, técnico argentino. Lo mismo destacó Elsa Takahashi, entrenadora que acompañó a la delegación.
Hay que destacar que Maia, además de tener uno de los mejores promedios de su colegio -según su propio padre-, también participó del utamatsuri de COA, que fue el sábado 26 de junio, día en que terminó el Circuito Mundial.
El lado sacrificado del jugador (y de la familia) Es una familia de La Plata, pero podría ser (e incluso debe haber) de Capital, Chaco o Rosario. “Todo”, podría cuantificarse para redondear la idea, gira en torno al tenis de mesa. Y todo, podría magnificarse para poner en contexto la nota, se hace con “un gran sacrificio”.
“Sólo las familias que tienen un integrante que hace deporte de alto rendimiento saben y entienden el esfuerzo que deben hacer”, dice Hayato Harima, padre de Maia.
Es que a Hayato los siete días de la semana se le van en el trabajo, pero, además, en los constantes esfuerzos que debe hacer para que su hija viaje a competir a otras provincias, al exterior del país, a entrenar en el club, en el Cenard y a participar en los torneos locales.
“El esfuerzo es de toda la familia –aclara-. Además de entrenar, tenés los torneos de federados, que, casi siempre, son los sábados y domingos. Por suerte, para llevarla al entrenamiento del Cenard, nos turnamos con dos padres más, el de Laura Iwasa y el de Agustina Iwasa. Igual, creo que toda la familia ya gira alrededor del tenis de mesa de Maia”.
Como integrante del seleccionado juvenil, Maia carga con una gran responsabilidad, ya que debe mantenerse entre las mejores ocho de su categoría y, para ello, debe competir constantemente a nivel nacional. “A los torneos nacionales tratamos de que viaje, para que sume puntos en el ranking, ya que, para entrar en los selectivos internacionales, necesita estar entre las ocho mejores. El objetivo de ella es mantenerse en el ranking, en lo posible, entre las mejores cuatro”, cuenta Hayato, y agrega: “A todos los torneos no puede ir. De diez que hay en el año, va a seis o siete, ya que si tiene, como este año, un torneo internacional (participó del Sudamericano de Chiclayo, Perú, a principios de mayo), se le complica con las faltas en el colegio y, a mí, en lo económico, jajaja”.
Claro que, como en todo buen cultivo, siempre hay una cosecha. “Me siente gratificado cuando gana, como cualquier padre –dice-, pero me gusta que gane jugando su buen tenis de mesa. Es difícil ahora, que es adolescente. Casi siempre, después de los torneos, terminamos discutiendo, pero, por dentro, sé que ella sabe que yo soy su fanático número uno, jajaja. Por otro lado, se esfuerza en el estudio: casi siempre termina siendo uno de los mejores promedios del colegio. Es que compite todo el tiempo, jajaja”.
Maia, además, intenta hacerse tiempo una vez por semana para ir al club en donde empezó: la Asociación Japonesa La Plata. Allí, con mucho esfuerzo, se formó un Departamento de Tenis de Mesa. “Lo de enseñar en el club es algo que siempre hablamos –comenta Hayato-. Yo quiero que nunca olvide de cuando ella empezó. A muchos padres les interesa que sus hijos salgan primeros, que sean los mejores, pero se olvidan de los que quedaron atrás, que son unos cuantos y les encanta jugar. Siempre hablamos con Maia de que ella tuvo mucha suerte de poder entrenar en el Cenard; que no importa adónde llegue: lo bueno es poder volcar lo que ella aprendió en otros chicos, para que, algún día, ellos, que son más chicos que ella, lleguen a jugar en la selección o que la puedan superar”.